Esta película de Wes Anderson estrenada en 2014, nos narra
las hilarantes peripecias del mozo portería
Zero y del conserje M. Gustave H. del Gran Hotel Budapest, un Hotel de
ensueño ubicado en la ficticia República de Zubrowka, un país que parece estar
ubicado en algún lugar de la Europa centro-oriental durante el periodo
entreguerras. Con un gran despliegue de grandes y conocidos actores, el
director configura una historia compuesta de humor, amor, robos, asesinatos,
amistad, integridad y fidelidad intemporales.
Desde el punto de vista compositivo y estético, el director
hace un abundante uso de la simetría, ya sea en preciosos planos estáticos o de
seguimiento. Encadena varias elipsis, para retroceder cada vez más en el tiempo,
en las que, mediante el uso de diferentes ratios de imagen, delimita distintos
ambientes temporales para cada época, usando además distintos tonos de color
para los estadios de la vida del hotel, desde tonos pastel, rosáceos, morados
intensos o rojos, en los que estaba en pleno auge, hasta tonos anaranjados y
ocres, que evocan la decrepitud y la ruina para una época más reciente, además
de para las distintas situaciones en las que se ven envueltos los personajes,
llegando incluso a usar el blanco y negro para una de las escenas finales.
En cuanto a los estilos artísticos usados para reforzar la
ambientación histórica, encontramos rasgos claramente del art nouveau francés y
centroeuropeo de principios del siglo XX, en la tipografía y decoración de la
fachada, y en los interiores del hotel, durante el año 1932. Para recalcar el
cambio que sufre el hotel con el paso del tiempo, además del propio desgaste
del edificio, se usa también mobiliario típico del estilo internacional, muy
simple y racional en sus formas, una nueva tipografía de estilo grotesco, mayúsculas
y tonos anaranjados, evocando el otoño o el ocaso del establecimiento, durante
1968. Recursos gráficos ondulantes y orgánicos, propios del Optical-Art en los
estampados y decoración de la habitación donde el escritor comienza el relato
de la historia en 1985, acompañados de mobiliario y objetos con características
típicas de los 60-70, como puede verse en el teléfono o la máquina de escribir
del escritorio.
Como resultado de todo este despliegue de medios, recursos
gráficos y estilísticos, además de la cuidada y dulcemente estructurada
historia, cual tarta de Mendl’s, esta película es una auténtica obra de arte,
digna de estar en las filmotecas de todo diseñador gráfico que se precie.
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